Un informe de la consultora Focus Market analiza cómo se comportan los precios de los principales espectáculos musicales en Argentina frente al resto del mundo. El resultado expone una paradoja: aunque las entradas en América Latina son más baratas que en Europa o Estados Unidos, su acceso no siempre es más fácil. El poder adquisitivo local, la estructura de costos y los hábitos de consumo hacen que ver a un artista en vivo se convierta, cada vez más, en un lujo planificado.
“Hubo un tiempo en que la música era solo eso: una forma de expresión… Hoy es una industria multimillonaria”, define Damián Di Pace, director de Focus Market, como punto de partida para entender un negocio global que mueve cifras equivalentes a las de una película de Hollywood.
Entradas globales, realidades locales
El informe de Focus Market compara el costo de las entradas a conciertos internacionales en Argentina, América Latina, Europa y Estados Unidos. El resultado muestra que no hay una lógica única de precios según la región, aunque se observan tendencias claras: mientras Europa lidera con los valores más altos, Latinoamérica sigue siendo más accesible en dólares.
Sin embargo, esa accesibilidad es relativa. En contextos de salarios bajos y alta inflación, como ocurre en Argentina, el gasto en entretenimiento representa un esfuerzo significativo. Por ejemplo, asistir a un recital puede costar el 25% del ingreso mensual de una familia de clase media-alta, según datos cruzados con la Encuesta Permanente de Hogares (EPH).
¿Por qué los recitales cuestan lo que cuestan?
Las diferencias de precio entre países se explican por múltiples factores. En Europa, los altos costos operativos, la infraestructura premium y la capacidad de pago del público elevan los valores. En Estados Unidos, los grandes estadios y la masividad ayudan a compensar precios elevados con escala.
En Argentina, las entradas más económicas se sostienen gracias a una combinación de políticas cambiarias (el gobierno ofrece un tipo de cambio preferencial a los productores de espectáculos internacionales), y una estructura de consumo emocional: luego de una crisis, el público prioriza el entretenimiento por sobre otros gastos.
El caso del Lollapalooza es ejemplar. En Chile, la entrada cuesta casi el doble que en Argentina, en parte porque el público está dispuesto a pagar más si el ticket incluye beneficios extra como ubicación privilegiada o estacionamiento. En Brasil, por el contrario, el valor tiende a promediarse con múltiples fechas en distintas ciudades, bajando el costo por función. En Argentina, la competitividad de precios se logra con incentivos fiscales y un público masivo.
Artistas locales vs. internacionales
La diferencia entre ver a un artista internacional y uno nacional es abismal. Los recitales de músicos extranjeros suelen ser mucho más caros, no solo por el caché, sino también por los costos logísticos en dólares. Además, muchas veces estos artistas hacen una única fecha en el país, lo que genera una percepción de evento “único e irrepetible” que justifica precios más altos.
En contraste, los artistas argentinos tienen costos menores —no dependen de traslados, logística internacional ni equipos técnicos importados— y suelen recorrer varias ciudades, lo que permite entradas más accesibles. Aun así, llenar estadios no es tarea fácil: la competencia por el bolsillo del público es cada vez más intensa.
Ir a un recital: ¿gasto cultural o lujo familiar?
Focus Market también estimó cuánto cuesta la experiencia completa de ir a un recital para una familia de cuatro integrantes. Entre entradas, transporte, comidas, bebidas y merchandising, el gasto puede llegar o incluso superar los $270.000. Para muchas familias, implica una decisión económica que compite con otras prioridades del hogar.
No obstante, el informe destaca que el consumo cultural en Argentina se mantiene incluso en momentos de crisis. El esparcimiento funciona como válvula de escape: después de períodos difíciles, el público busca experiencias que ofrezcan gratificación emocional inmediata, y la música en vivo cumple ese rol.
La nueva economía del beat
“La industria cambió radicalmente”, dice Di Pace. Hoy, el verdadero negocio de la música está en los espectáculos en vivo, el merchandising y las colaboraciones con marcas. Las plataformas de streaming son solo una parte del engranaje: los artistas deben diversificar para sostener su carrera.
Un ejemplo es Duki, que genera unos US$75.000 mensuales solo por contratos musicales. Bad Bunny, con un patrimonio estimado en US$88 millones, demuestra que el éxito artístico puede convertirse en una potencia económica global.
El motor que no cambia: el público
A pesar de la transformación del negocio, una cosa sigue igual: el público es el corazón de la industria musical y de los espectáculos. Es quien compra entradas, escucha canciones, comparte contenido y genera valor económico. En ese ida y vuelta entre artista y audiencia se construye un fenómeno que va más allá de los escenarios.
La música ya no se escucha solamente: se vive, se consume, se monetiza. Y aunque los precios suban, mientras haya emoción en juego, los recitales seguirán siendo parte esencial del presupuesto y de la cultura popular.