Es parte de un proyecto para que recuperen la libertad y su identidad animal tras ser rescatados de la vida en cautiverio en la que se los humanizó.

(Por Patricia Veltri).-

Una tranquera después de un cartel con la inscripción “Donde los monos vuelven a ser monos” es el paso a la libertad para los carayá que fueron capturados en la selva cuando eran bebés y devueltos a la naturaleza.

En La Cumbre -Valle de Punilla- funciona el único centro argentino de rescate, rehabilitación y conservación en libertad de primates.

Se trata del Proyecto Carayá que desarrolla desde hace más de 20 años el programa de conservación de la especie de monos carayá o auyador, aunque en los últimos años incorporó un grupo de la especie capuchinos.

Los monos llegan al refugio sin saber que son monos. Es que en la selva de la Mesopotamia y Noroeste argentino, los cazadores matan a la madre que lleva asida a su cría, capturan al bebé y luego lo trafican. Los monitos son adoptados por particulares como mascota pero en algunos casos se convierten en seres de imposible convivencia y en otros, denunciados por vecinos, terminan en causas judiciales porque su tenencia es ilegal.

Es así, que en la reserva reciben a lo que se parece más a un peluche animado -hasta con ropa y perfumados- que a un mono cuyo hábitat natural es un bosque. Eso les sucedía, por ejemplo, a Moyo y Rosita, una pareja de monos que estaban acostumbrados a comer rollitos de jamón crudo y queso (los carayá son folívoros; comen hojas de árboles) a la noche, antes de irse a dormir. O Tincho, que comía caramelos gomita. O Reina, que tomaba agua con azúcar en mamadera.

En el predio boscoso donde se los reintroduce en la naturaleza hay unos 170 ejemplares distribuidos en 10 grupos (los monos viven en harén: macho, hembras y descendientes).

Hay casos en que la desnaturalización viene aparejada con la crueldad: hubo un mono que vivía en una jaula donde apenas podía moverse y otro que tenía el collar incrustado. Algunos llegan deprimidos. Ninguno sabe procurarse solo el alimento. El primer objetivo del centro de rehabilitación es deshumanizarlos.

Un refugio en las sierras

La reserva donde conviven sueltos entre los árboles los carayá recuperados, nació hace más de 20 años y su fundadora es Alejandra Juárez, una profesora de Historia que trabajaba en el zoológico de Córdoba. Allí, tenía a su cargo la rehabilitación de un puñado de animales, entre ellos pumas recuperados de un coto de caza y un león, cuando hubo cambios administrativos en el zoo que le hicieron decidir partir hacia el campo con esos animales de los cuales consiguió la guarda. También, obtuvo en préstamo un campo de 360 hectáreas en La Cumbre, a 1.400 metros de altura y con bosque de acacias, olmos, álamos, abedules y zarzamoras.

“Me instalé en pleno monte con mis animales. Un día me mandaron un mono que habían rescatado los bomberos, deambulando por las calles de Carlos Paz. Es Bubú, una carayá que ya superó la expectativa de vida para su especie. A partir de ella, empecé a interesarme y a estudiar a estos primates. Los empecé a ver de una manera antropológica.  Me involucré de tal modo que esto se convirtió en un refugio, el primero y único en el país y el mundo que los recupera y rehabilita física y psíquicamente”, recuerda Alejandra.

Para llegar al campo, luego de entrar a la localidad de La Cumbre (a 80 km de Córdoba) hay que atravesar en auto un camino de sierra de 11 kilómetros. Los carteles cada tanto va señalando “Siga el mono”. Una tranquera marca el ingreso al predio donde también conviven una manada de burros, llamas y cabras.

Hay un circuito guiado organizado para las visitas para las que se paga una entrada que sustenta el proyecto que depende de una ONG.

Los carayá

La principal característica de los monos carayá es que son aulladores: sus gritos pueden oírse hasta una distancia de 16 kilómetros.

En La Cumbre viven en grupos de entre 13 y 15 ejemplares que eligen un macho líder. Los primates no viven solos. Se establecen en un territorio propio y conviven como una familia. No se entrecruzan al momento de procrear. Hay madres, padres, hijos y hermanos, aunque el líder tiene varias hembras. Comen hojas y frutos de los árboles y reciben un suplemento en verduras, arroz y frutas.

Apenas llegan al refugio, son “internados” en un recinto alambrado, al aire libre. Allí comienza el proceso de aprender que son monos. Puede llevar de un mes a un año, depende de la capacidad de adaptación del animal.

“Cada mono tiene su carácter. Apenas lo veo un rato ya le saco la ficha. -dice Alejandra con simpleza-. Tratamos de reunir la mayor cantidad de información posible en cuanto a sus hábitos y costumbres. Las mantenemos al principio y las vamos quitando de a poco. También paulatinamente empiezan a estar sueltos de a ratitos. Su carácter determina a qué grupo se lo puede integrar o cómo se conforman nuevos grupos. De todos modos, una vez en el campo, puede pasar que ellos mismos se pasan a otro con el que descubren mejor afinidad”.

Juan Heredia, mano derecha de Alejandra, es el encargado de acompañar el proceso de libertad y reinserción al hábitat que recrea el natural. Hace más de 10 años, apenas terminó el secundario, dejó la ciudad para instalarse en la reserva. Una vez que se considera que un mono está apto para abandonar la internación, Juan parte al bosque con él. Con roles invertidos, será el humano quien le enseñará al animal a aullar y a dormir a la intemperie. Así será, sin tiempos preestablecidos, hasta que el nuevo integrante mono se suma a un grupo.

“Primero aprendí observando –cuenta Juan, con botas de goma y barro por todas partes-. Cuando ya llevaba un tiempo acá, estudié el profesorado de Biología. Le dedico todo mi tiempo a los monos y no hay un horario de trabajo ni un orden estructurado. Por ahí estamos comiendo y pensamos el nombre de un recién nacido o evaluamos cómo formar un grupo, por ejemplo. El intercambio de experiencias lo hacemos con los pasantes, en general biólogos, que vienen de todas partes del mundo. Aparte, trabajamos con chicos voluntarios que se enganchan y se suman en sus vacaciones. Pero hay períodos, en pleno invierno, que con Alejandra estamos casi solos”.

El invierno es crudo con temperaturas bajo cero, a veces con nevadas.

¿Cómo se solventa el proyecto? “¿Conocés la ley de tracción? -Alejandra suelta la  carcajada franca-. A veces nos han cortado la luz por falta de pago. Cuando uno está acostumbrado a arreglarse con lo que hay, se sale adelante. Cobramos una entrada y de una cuota por pasantías que pagan los chicos que recibimos de la Argentina y de todo el mundo”.

Para más información y donaciones: https://caraya.org/