Los aficionados a los videojuegos tenemos el listón razonablemente bajo cuando se trata de adaptaciones audiovisuales. A la dificultad inherente de trasladar una narración interactiva a otra pasiva, hay muchos escollos: en sagas largas, ¿qué estética adaptar, la de las primeras entregas o la más reciente?; ¿coger a un protagonista conocido o crear uno nuevo?; ¿respetar la historia original o picar sólo los elementos más interesantes?

A veces, nos basta con referencias visuales directas o diálogos que nos sabemos de memoria. Otras despreciamos con justicia lo que no sólo es una mala adaptación, también una mala película. Y en pocas ocasiones… dejamos escapar filmes con agallas, que miran a un material intraducible.

Castlevania‘, desde su primera e intensa temporada, demostró ser un animal raro y la segunda y la tercera temporadas (que nos gustaron mucho) vinieron a confirmar que aquello tenía mucho mimo detrás, a la franquicia y también al espectador, al que no tomaba por tonto. Podías tener luchas emocionantes, sí, pero también largas conversaciones destinadas a perfilar los personajes.

Algunos se aburrieron, otros la seguimos con pasión, pero no podías terminarte las tres temporadas y pensar que Trevor, Sypha, Alucard o el mismo Drácula eran personajes unidimensionales. O que la historia era una mera excusa para que desfilaran por pantalla algunos de los elementos reconocibles del juego, como el castillo de Drácula o algunos de los enemigos.

Y por eso esta cuarta temporada puede llegar a ser tan satisfactoria para el espectador que paladeó por igual los intercambios verbales y los golpes: porque hay batallas épicas, pero también se culminan los arcos de cada uno de sus protagonistas. Como debía ser, vaya, pero nunca está de más alabar lo que está bien hecho.Como siempre, aviso a lectores, cazademonios y nigromantes: hay ligeros SPOILERS en el texto y no me refiero a visceras, sino a detalles de esta cuarta temporada.

De los más profundos valles, a las más altas cimas

La anterior temporada nos había dejado en un punto agridulce: Belmont y Sypha descubrían que su vida de matademonios podía ser terrible y que hay humanos tan monstruosos como los demonios, con ese juez de Lindenfeld aficionado a matar niños; Alucard tuvo esa misma lección, esta vez con Taka y Sumi, tan desconfiados y desengañados que se vio obligado a matarlos para salvar su vida.

Por otra parte, en su viaje de venganza, Isaac hallaba buena gente que le hacían cuestionarse su misantropía y Hector, pese a ser la mascota de Lenore, encontraba cierto cariño y acomodo a su lado.

Vamos, que los que consideramos los buenos de la función acababan hartos de la gente, mientras los que consideramos villanos encontraban su propia redención. Por eso esta cuarta temporada sabe tanto a victoria y a fin de fiesta: porque la brújula moral, ante las batallas más importantes de todas, vuelve a un punto de equilibrio y esta vez hay más personas en el bando correcto.

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Belmont y Sypha, hartitos de parar intentos de resucitar a Drácula

Por un lado, Belmont y Sypha llegan a Târgovişte, el pueblo que mató a la mujer de Drácula y desencadenó todo, después de pelear con grupos de demonios y vampiros que quieren resucitar a su caudillo; por otro, Alucard recibe la petición de ayuda de un poblado cercano al Castillo de su padre, donde reside.

Mientras, Hector busca la forma de forjar un martillo para crear monstruos para Carmilla, que pretende convertir el país de Styria, y luego el mundo, en una granja para vampiros, e Isaac se ha convertido en el rey de una ciudad de demonios.

Lo que hará chocar sus caminos será, de nuevo, Drácula. Pero no de forma presencial, sino su influencia, que se deja sentir durante toda la serie, y más aún en esta cuarta temporada, a pesar de que Alucard le matara en la segunda. El poder que amasó, lo que llegó a sentir cuando su esposa fue sacrificada por bruja, su guerra contra la humanidad…

El sello británico

Si a ‘Castlevania’ le quitamos esa apariencia de poses molonas, vampiros y monstruos desatados, de héroes y verdugos, de moralidad dudosa a veces, tenemos una historia trágica sobre el odio y la pérdida. Sobre la capacidad de estos sentimientos de anular el juicio y volvernos marionetas de otros, hasta que el amor, sí, el amor, puede (aunque no siempre) hacernos corregir el paso.

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El arco de Isaac es puro Ellis, de villano a antihéroe

Nada extraño si tenemos en cuenta que el artífice de esta serie, surgida de una trilogía de películas que no se llegó a hacer, es el guionista británico Warren Ellis. Un tipo que detrás de la abundante misantropía que exhibe sin parar en sus cómics, también es capaz de ponerse tierno y de hacer ver, a sus protagonistas y a sus lectores y espectadores, que hay cosas que hacen que la vida merezca la pena.

Pese a llevar muerto desde la segunda temporada, la influencia de Drácula es continua y hasta asfixiante en todas las temporadas. En la cuarta, aún más.

Otras marcas de su particular estilo están en los chispeantes diálogos, donde la réplica mordaz está a la orden del día, o en la relación de Belmont y Sypha: en su obra, Ellis gusta de emparentar a un mentor gruñón y resabiado con una joven algo inexperta e idealista, hasta que él suaviza el ánimo y ella afila el suyo, como puede atestiguar cualquier lector de ‘Transmetropolitan’, ‘Planetary’ o ‘Authority’ (donde daba un poco la vuelta a este tropo, al hacer que el mentor fuera una joven centenaria).

Animación a dos mil por hora

Hay un riesgo con un material como ‘Castlevania’ y tiene que ver con la parte visual. Porque puedes tener una buena historia, unos diálogos capaces de botar en la línea de subtítulos y una ambientación de pesadilla, pero si te falla la animación, tienes un problema. Que se lo digan a la prácticamente inexistente animación de la divertidísima ‘De Yakuza a amo de casa’ (también en Netflix).

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Ver a cualquiera de estos tres pelear es un deleite

Por suerte, ‘Castlevania’ ha contado con el estudio de animación Powerhouse Animation para ello. Su calidad ha aumentado con las temporadas y en esta última, en concreto en el sexto episodio, llega a su cénit, con una impresionante batalla en la que Carmilla demuestra lo poderosa y terrorífica que puede ser.

Igual para el clímax del octavo episodio y lo que ocurre en el noveno con Belmont, que justifican su visionado incluso si no has sido capaz de aguantar la serie hasta ese punto.

Compensa el movimiento algo robótico y la simpleza de algunas animaciones que se notan como capas arrastradas por la pantalla, sin que tengan la sensación de pertenecer al fondo e incluso de corresponderse con otros personajes.

Adiós, vampiro, adiós

Pero vayamos a lo que cuenta entonces. Sí, ‘Castlevania’ tiene un gran final, satisfactorio para casi todos estos personajes a los que hemos acompañado durante 32 episodios y que conocemos de forma íntima. Su próximo spin-off parece que retomará años después del final visto aquí, pero podría no hacerlo, que nadie se quedaría insatisfecho.

Otra vez, el ritmo dependerá de cómo soportes los pasajes más tranquilos. El tercer capítulo, con una densa conversación entre Isaac y uno de los demonios que ha creado, ilustra a las claras cómo es posible que alguien que se unió a Drácula para arrasar el mundo pueda decantarse por salvarlo.

Poco después, para compensar, tienes una alucinante pelea a la luz del sol entre una vampira y unos atacantes. Y más o menos, hasta la segunda mitad de la temporada, los capítulos configuran un toma y daca parecido.

En cuanto a cómo ver la serie, pocas quejas podrían tener tanto los que disfrutan de la versión original como los que lo escuchan en español. La traducción de Tino Maceiras ha sido capaz de adaptar los diálogos marca Ellis y mantener el ritmo, los cortes… y los tacos. En el apartado de voces, igual de bien: incluso el impostado tono de Ramón Castiñeiras como Alucard se termina echando de menos.

Esta temporada tuvo sus problemas, ya que Warren Ellis fue despedido por conducta inapropiada (por hacer, precisamente, lo que sus personajes: servir de mentor y luego intentar meterse bajo las faldas), pero cierra todas las tramas de la serie, sin prisa, pero sin pausa, y se permite incluso un epílogo bonito y esperanzador.

Y es que esto es lo que ocurre con los vampiros: por mucha amenaza que supongan, al final siempre acaba saliendo el sol.