Recuerdo como si fuese ayer la primera vez que vi ‘The Fast and the Furious’ —que aquí titularon para cachondeo generalizado de los latinoamericanos, y con razón, ‘A todo gas’—. Fue el verano de 2001, cuando tenía. Decidí ir al cine con un grupo de colegas y, a última hora, ellos decidieron entrar a ver ‘Inteligencia Artificial’ —aunque se estrenó unas semanas antes, se solaparon en la cartelera— mientras yo me mantuve fiel al plan original.

Algo le dijo a mi yo preadolescente que aún no estaba listo para disfrutar plenamente de la joya de Steven Spielberg —ya lo haría unos años más tarde—, y las caras del grupo al reunirnos de nuevo en el vestíbulo del cine parecieron darme la razón. Mientras los demás salieron con caras de aburrimiento y abrumados por el tono y la ambición de su elección, yo tenía los ojos como platos y una sonrisa de oreja a oreja después de la macarrada cargada de acción y coches tuneados que acababa de atronar mi cerebro.

Pasaron los años, y después de ver —y olvidar al instante— ‘A todo gas 2’ y disfrutar moderadamente del viaje a Japón en ‘Tokyo Race’, terminé perdiendo el interés por la franquicia, ignorando por completo el aluvión de secuelas que se han ido estrenando a lo largo de los últimos años a pesar de la insistencia de un buen amigo que me insistía constantemente en ponerme de nuevo manos a la obra con los rápidos y los furiosos, asegurando que iba a disfrutar a lo bestia —Imanol, si me lees, siento haberte ignorado durante tanto tiempo—.

Finalmente, este 2021, para poder preparar en condiciones el estreno de ‘Fast & Furious 9’ y hablar con conocimiento de causa sobre ella, decidí seguir la recomendación de mi colega y meterme entre pecho y espalda los capítulos de la odisea de Dominic Toretto y compañía con no poco escepticismo. Y es que en ningún momento podría imaginar que iba a encontrarme con semejante espectáculo, poseedor de una progresión dramática y tonal imposible, y con unos niveles de diversión, honestidad, autoconsciencia y solidez en su narrativa episódica que ya quisiera para sí el Universo Cinematográfico de Marvel.

‘Fast & Furious’: La saga de «sujétame el cubata»

Haber visto a dos personajes de ‘F9’ ser lanzados al espacio en un Pontiac Fiero con un cohete propulsor enganchado al techo hace aún más demencial pensar en que la ‘The Fast and the Furious’ original que dirigió Rob Cohen hace un par de décadas no fuese más que una especie de remake apócrifo de ‘Le llaman Bodhi’ en el que Paul Walker y Vin Diesel sustituyeron a Keanu Reeves y Patrick Swayze, y donde el surf y el paracaidismo extremo mutaron en carreras callejeras de coches horteras.

Aquella convencional historia de policías infiltrados, traiciones y respeto entre antagonistas, sentó las bases de la trilogía inicial. Unos cimientos con los pies —y las ruedas— aún en la tierra que, después de la insípida —aunque esencial para la narrativa venidera— ‘Aún más rápido’, se fueron completamente al garete cuando el equipo de Dom arrastró una cámara acorazada gigantesca por medio Río de Janeiro utilizando un par de coches y unos cables, y desafiando sin escrúpulos las leyes de la física en ‘Fast Five’.

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‘Fast & Furious 5’ supuso el gran punto de inflexión. Poco a poco, este hilarante thriller de atracos pasado de rosca abrió paso a las más estridentes odiseas con superespías de andar por casa, organizaciones secretas y nombres en clave; a medio camino entre los desbarres internacionales cibertecnológicos de ‘Misión: Imposible’ y la premisa de justicieros fuera de la ley propia de ‘El Equipo A’. Una evolución que, tras la última entrega, está más cerca que nunca del cine de superhéroes de manual.

Este crescendo de locura conceptual, que, he de reconocer, me ha encantado, ha ido de la mano de unas setpieces que han aumentado sus índices de absurdo de forma exponencial. En un abrir y cerrar de ojos hemos pasado del numerito de Río a provocar estampidas masivas de coches en pleno Manhattan, asaltar un avión en la pista de aterrizaje más larga del mundo, o arrasar una ciudad con vehículos equipados con imanes ultrapotentes. Una escalada ridícula de los acontecimientos que no podría ser más frenética, refrescante, divertida y pulcra en su ejecución; estando todas las setpieces planificadas y montadas con gran precisión, y combinando efectos prácticos —muchos más de los que cabría esperar— y visuales con mimo y acierto.

Dramón a las cuatro ruedas

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Si las orgías de destrucción, hierros retorcidos y neumáticos quemados de la saga ‘Fast’ me han dejado babeando, sus giros dramáticos imposibles no se han quedado atrás. Después de ‘Fast & Furious 4’, cualquier atisbo de coherencia quedó completamente a la deriva en un inmenso océano de muertes, resurrecciones, relaciones sentimentales, hijos secretos y hermanos perdidos que no tienen nada que envidiar a las telenovelas turcas tan de moda hoy día. Un sindiós argumental que me ha absorbido por completo y me ha hecho reír a carcajadas y disfrutar mientras imaginaba cuál sería la siguiente pirueta que justificase la siguiente secuela.

Puede que, pensando en el conjunto de diez largometrajes —si contamos el muy discreto spin-off protagonizado por Hobbs y Shaw— lo que más me sorprenda de todo esto es, artificios narrativos aparte, lo bien cohesionado que está el universo ‘Fast & Furious’. Su trama horizontal, perfectamente definida, va introduciendo nuevos personajes y desarrollando sus dinámicas —que ya poco tienen que envidiar a las de ‘Los Vengadores’ de Joss Whedon—, abriendo nuevos feudos y creando alianzas, y conectando las diferentes partes con unas juguetonas escenas poscréditos que actúan como cliffhangers sin poner las tramas verticales a su servicio ni convirtiéndolas en relleno para justificar un gran twist final o una nueva continuación.

Coches A Todo Gas Coches Fast Furious

Es curioso cómo hace unos días ni me planteaba echar un simple vistazo a la épica tunera de ‘The Fast and the Furious’ y, ahora, me encuentro tecleando alabanzas hacia y apenándome al pensar de que tan sólo me quedan dos largometrajes por delante con los miembros de una familia a la que ya casi considero como propia. Y es que, dejando a un lado la falta de cerebro y la carencia de ambición más allá del entretenimiento puro y duro —lo cual no es negativo en absoluto—, esta colección de disparates se eleva como un modelo a seguir para las megafranquicias que dominan la realidad actual de la industria hollywoodiense.

Yo, por el momento, tengo más ganas de seguir adelante con Toretto y amigos que de sumergirme en toda la Fase 4 del Universo Cinematográfico de Marvel. Por algo será.