Ojos que no ven, corazón que no siente

Algunos creen que este refrán está basado en un dicho de Aristóteles, quien expresó: “No se puede ser feliz sino al precio de cierta ignorancia”… Los filósofos, como los refranes, están para ser rascados y divagar… ¿Qué habrá querido decir Ari con esa frase, acaso robada a su maestro Platón? Quizás, aludía al hecho de que si no vemos algo, triste o feo, no nos enteramos de su existencia, por tanto no sufriremos por ello, simplemente porque lo desconocemos…

Dicen los que saben que la filosofía occidental tiene dos padres: Aristóteles y Platón… ¡Pero cómo! ¿Dos padres y ninguna madre? ¡Ehhh! ¿Acaso las mujeres no filosofaban ni filosofan?… ¿Habrá suficientes ojos y corazones en este mundo maltrecho, para ver y sentir esto como otra verdadera injusticia?

Los siglos siguientes fueron puliendo el brillo sintético de este refrán, hasta musicalizarlo. Las sociedades, cada una con sus matices, adoptaron “Ojos que no ven, corazón que no siente” para referirse exclusivamente a situaciones amorosas. Sobre todo en términos de infidelidades.

Por ejemplo, un miembro de la pareja es infiel y el otro no se entera, entonces no sufre ni se enoja por ello; otras veces se entera porque se lo cuentan y prefiere no darse por enterado, total, como no los vio… Otras veces se entera porque los vio y… “no, no puede ser, debo estar viendo visiones”… Una cosa es el corazón que no siente porque ignora, otra el corazón que decide “hacer la vista gorda”… ¡Ya lo pagará!

 El Principito nos sopla: “Lo esencial es invisible a los ojos”… ¿Y La Princesita? ¿Qué dice La Princesita a todo esto?