Recientemente, una columna de opinión publicada en The Wall Street Journal reavivó el debate sobre el impacto de la inteligencia artificial (IA) en los empleos de cuello blanco. Su autor, Ray A. Smith, plantea que muchos roles gerenciales podrían desaparecer para siempre debido a la irrupción de la IA generativa. Esta tecnología, según Smith, no solo agiliza tareas rutinarias, sino que también es capaz de crear contenido y sintetizar ideas, funciones que hasta ahora eran propias del trabajo de conocimiento realizado por millones de personas.
Como era de esperar, la publicación desató una ola de preocupación. No es la primera vez que un referente o un medio importante augura un futuro sombrío para el empleo debido a la IA, generando una mezcla de psicosis y resistencia. Sin embargo, este enfoque alarmista puede ser contraproducente, ya que ignora algunas realidades cruciales.
En primer lugar, es cierto que la IA eliminará algunos empleos, pero también es cierto que creará otros nuevos. La historia nos enseña que cada avance tecnológico ha traído consigo una transformación del mercado laboral, eliminando ciertos roles pero generando otros. La clave está en la adaptación. Las personas que se actualizan y capacitan podrán aprovechar las nuevas oportunidades. Aquí, los gobiernos juegan un papel crucial, promoviendo una educación que fomente la adaptación al cambio y diseñando políticas de capacitación para todos los grupos etarios.
En segundo lugar, la IA no es un concepto nuevo. Desde hace más de 80 años, la inteligencia artificial estuvo en constante evolución, aunque su aplicación estuvo mayormente reservada al sector privado. Lo que estamos presenciando ahora es una expansión de la IA hacia productos de consumo masivo. Estas herramientas están diseñadas para simplificar tareas cotidianas, no para reemplazar la creatividad o el pensamiento crítico humano.
Además, y en tercer lugar, hay ciertas habilidades humanas que la IA no puede replicar. Según el *Global Risk Report 2024* del Foro Económico Mundial, competencias como el pensamiento estratégico, la negociación, la persuasión y la inteligencia emocional seguirán siendo indispensables y bien remuneradas. La adaptabilidad y la comunicación son ahora las habilidades más demandadas en el mercado laboral, y ambas están fuera del alcance de la IA.
Finalmente, en el siglo XXI, las empresas no solo buscan beneficios económicos, sino también generar un impacto social positivo. El concepto de «shared value» propuesto por Michael Porter refleja esta realidad. Las corporaciones modernas comprenden que no pueden prosperar en sociedades empobrecidas y, por lo tanto, buscan un equilibrio entre el éxito económico y el bienestar social. La regulación y la ética empresarial juegan un rol crucial en este contexto, especialmente en lo que respecta a la IA.
En conclusión, la inteligencia artificial representa una oportunidad para redefinir el papel de los seres humanos en la economía y potenciar sus capacidades. Si dejamos de temerle y aprendemos a utilizarla como una herramienta para mejorar nuestro trabajo y nuestras vidas, podremos enfrentar esta nueva revolución tecnológica de manera exitosa. La historia ha demostrado que la humanidad es capaz de adaptarse a grandes cambios, y esta vez no será diferente.





















