La situación actual de las PyMEs argentinas genera diagnósticos tan contrastantes como reveladores. Por un lado, Humberto Spaccesi, presidente de Apyme Córdoba, describe un escenario crítico y de emergencia económica. Por el otro, Alberto Ragazzani, titular de la Cámara Argentina de la Micro, Pequeña y Mediana Empresa (MPM), reconoce las dificultades, pero apuesta a una mirada más pragmática, donde la resiliencia y la innovación se vuelven obligatorias ante un Estado cada vez más ausente.

Ambas miradas coinciden en un punto central: el presente PyME está marcado por la transformación profunda de sus condiciones de supervivencia, y su futuro dependerá de decisiones políticas clave en los próximos meses.

Desde Córdoba, Spaccesi no disimula su alarma. “La pyme es el reflejo de la sociedad. Si la gente no consume, nosotros no vendemos”, sentencia. Con el poder adquisitivo en retroceso y una inflación que aún golpea los bolsillos, el mercado interno se ha reducido drásticamente. “No tenemos a quién vender”, resume.

Las consecuencias ya se sienten: cierre de emprendimientos, recortes de producción, despidos. Según datos que maneja Apyme, desde el cambio de gobierno ya han cerrado más de 13.000 empresas y se han perdido más de 100.000 empleos formales. “La destrucción es silenciosa pero sistemática. Están demoliendo la clase media argentina”, denuncia.

La otra cara de la apertura: oportunidades y riesgos

Desde MPM, Ragazzani reconoce los desafíos, pero elige ver en la actual apertura comercial un “cambio de paradigma” que, si bien expone a las PyMEs a una competencia internacional feroz, también puede traducirse en beneficios. “Tenemos acceso a insumos más baratos y una oportunidad de buscar mercados externos. Pero hay que estar en alerta permanente y reinventarse”, explica. “Ya no sirve esperar que el Estado resuelva. La mentalidad de depender de subsidios se terminó”.

Competencia desigual y costos que asfixian

Spaccesi, en cambio, es contundente al advertir sobre las consecuencias de la liberalización comercial sin control. “No tenemos miedo a competir en calidad, pero sí cuando las condiciones son totalmente desiguales”, afirma. Además, denuncia un incremento “indiscriminado” de los costos energéticos, que muchas PyMEs ya no pueden afrontar.

A este panorama se suma —según el dirigente de Apyme— una política económica que privilegia la especulación financiera y un modelo extractivista “que entrega los recursos naturales sin dejar nada”.

Reformas necesarias y caminos para la competitividad

Ambos ejecutivos coinciden en la necesidad urgente de reformas estructurales:

  • Una reforma tributaria que alivie la carga sobre la producción.
  • Una revisión del impuesto a los ingresos brutos, aún intocable en muchas provincias.
  • Una reforma laboral con reglas claras que incentive la contratación formal.
  • Acceso real al crédito, todavía restringido por tasas altas.

Mientras Spaccesi reclama que el Estado “defienda la producción y el trabajo”, Ragazzani señala que, ante la menor asistencia estatal, las PyMEs deben enfocarse en la mejora de la competitividad mediante innovación tecnológica, digitalización, automatización y trabajo colaborativo en clústeres regionales. “Si no podemos solos, hagámoslo entre nosotros. Hay que dejar de fregar”, sintetiza.

Expectativas y señales en disputa

Ambos observan con atención las señales del mercado. Ragazzani celebra una incipiente baja de precios que podría mejorar el poder adquisitivo y reactivar el consumo. Ve con buenos ojos el intento de incentivar la circulación de dólares informales, aunque reconoce que la confianza aún no está consolidada.

Spaccesi, por su parte, desconfía de esas medidas, a las que califica de “desesperadas” ante la falta de reservas. Cree que, sin un giro profundo en la política económica, el país podría consolidar un modelo de exclusión que deje fuera a millones.