La Argentina parece cada vez más encerrada en su laberinto. Cada vez más aislada del concierto de naciones y sin capacidad de reacción para resolver los crecientes problemas internos.

En los últimos 20 días, y con una velocidad asombrosa, Cristina Fernández ha avanzado en la toma concreta del poder. Ya no sólo incide en el relato, las grandes ideas o las estrategias: es la gestión. Tiene el control pleno de la seguridad social, Pami, YPF, Energía, Justicia, política exterior y hasta Economía. 

El diálogo con el FMI está condicionado a lo que ella sostiene (“No hay plata y Argentina merece un gestito”, dijo) y detrás de eso, sin medias tintas, acaba de alinearse Alberto Fernández.

Esta cristinización de la gestión es evidente y hace suponer que el Presidente claudicó en su afán de moderar la presión entre el kirchnerismo a ultranza y el electorado tan independiente como volátil que dijo presente parcialmente en 2019 (pero que no está claro si aparecerá en 2021).

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Uno supone un Alberto cada vez más cercado, que debió prescindir de tropa propia, como Marcela Losardo, Eugenia Bielsa, Alejandro Vanoli, Guillermo Nielsen y Sergio Lanziani. Imaginamos un Presidente entre la espada y la pared, casi obligado a ceder, quizá iluso si pensó que las cosas podrían haber sido diferentes.

¿Y si no es así? ¿Si más que una claudicación se trata de la pura y llana conveniencia de que Cristina aparezca como la culpable? Es la excusa perfecta.

Alberto Fernández en el Congreso, bajo la atenta mirada de Cristina de Kirchner. (Presidencia)

Porque el problema de fondo es que Alberto, como tal, no tiene plan. El desempleo cerró en “sólo” el 11% porque el Indec no cuenta como desempleados a quienes tienen planes sociales. Pero el 89% que en teoría tiene trabajo se ha precarizado al extremo, y casi la mitad de los argentinos, aun trabajando, es pobre.

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La única medida para alentar la creación de empleo fueron los cepos laborales.

Para crecer modestamente, el país necesita una inversión del 20% del PIB y estamos en el 15%. ¿Qué plan hay para atraer inversiones? ¿Una charla por Zoom con los fondos extranjeros y Martín Guzmán en Washington? ¿Saliendo del Mercosur? ¿Bancar a Nicolás Maduro ?

Argentina creó el “impuesto a la riqueza”, avaló que los gobernadores subieran Ingresos Brutos y ahora les aumentará del 30 al 35% el Impuesto a las Ganancias a las empresas. Y todas ellas les exige datos de stock, rentabilidad y canales de venta.

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Al que fabrica productos de consumo masivo, le pone precios tope y lo sanciona si no hay mercadería en góndola, mientras se queda callado si un gremio bloquea un híper porque Moyano quiere que sus 500 empleados sean indemnizados, vueltos a contratar y que se les respete incluso la antigüedad. 

Quienes exportan temen que en cualquier momento les vuelvan a subir las retenciones. Quienes producen tropiezan todos los días con la falta de insumos que no tienen, porque e son importados.

¿Cómo alguien va a invertir en el país si muchos de quienes están en el Gobierno festejaron el cierre de Falabella? ¿Si hasta hace poco la intención era expropiar Vicentin?

¿Si hay 54 plantas en el interior que invirtieron U$S 500 millones y pueden cerrar porque no se quiere prorrogar la Ley de Biocombustibles? ¿Cómo combatir la inflación si la academia gobernante sostiene que emitir no genera suba de precios? 

¿Cómo los argentinos, que tienen en el colchón tres veces las reservas del Banco Central, van a poner los dólares a producir si este es el contexto?

Como no hay plan, Alberto se ha dedicado a vociferar. Le vocifera “lastre” a Lacalle Pou cuando el presidente uruguayo demanda flexibilizar el Mercosur. Vociferó contra Suiza y Chile por la gestión de la pandemia y hoy damos pena al lado de esos indicadores. 

Vociferó contra Pfizer y nunca explicó por qué 11 países de la región tienen esa vacuna y Argentina no. 

Vociferó contra los economistas que no cuidaban la vida y ahora, curiosamente, hay que evitar los cierres para no afectar la recuperación económica. 

Vociferó contra las familias que querían las escuelas abiertas diciendo que eso era suicida o que Larreta hace politiquería, y ahora, con evidencia y encuestas en mano, dicen sin vergüenza que hay que “sostener la presencialidad”.

Lo único que puede salvar a este país es crecer. No hay otra manera: si crecemos de manera sostenida, se morigera la pobreza, mejora el empleo y la distribución del ingreso y se achica el déficit fiscal mientras el Estado contenga su propensión a gastar vorazmente.

Vociferar es “manifestarse ligera y jactanciosamente de algo”. Alberto no tiene plan. Y como no lo tiene, vocifera. O le echa la culpa a Cristina.

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